10/23/2008

Era lo "vintage"

Lo he descubierto al fin, el sentido de la nostalgia, el por qué de este sentimiento invasor y prolongado que me ha atormentado (en un buen sentido) durante tanto tiempo.
Entre paréntesis: espero que quienes tienen interés en que redacte otra cosa (me incluyo) cuando lean esto no sean capaces de asociar la fecha en que lo escribo, con la situación crítica que hoy vivimos, en resumen, que no se enojen porque me distraigo 30 minutos.

Continúo, decía que descifré el misterio de mi nostalgia, la razón de mi conexión exagerada con recuerdos tan ligeros, y es que, una de las mayores características del cachito de Europa que conocí, es su vejez arquitectónica y el partido que se le saca a ésta. Es decir, los centro urbanos, si bien tienen todas las comodidades que conocemos y más, mucho más (buenos paraderos, agradable transporte, buenos basureros, receptores de pilas, luminarias hermosas y mucho aseo...), no tienen grandes tiendas que sean invasoras a la línea arquitectónica, lo que produce armonía, por su parte, la armonía ayuda a calmar, la calma evita el estrés y la falta de estrés produce satisfacción, pero no: nostalgia. ¿Cuándo se produjo la nostalgia que me mantiene amarrada al recuerdo recurrente y desconcentrante?
Cuando ingreso a los negocios en Granada y en Málaga. Porque no existen las cadenas de farmacias que hayan arrasado con todo lo tradicional imponiendo una línea única de decoración y de estética que no rememora nada, sino que cada farmacia es un cuento, es un almacén, con su mostrador de madera, sus estantes atiborrados y su farmacéutico parlanchín. Son muchas igual que acá, pero sólo se identifican del resto de la arquitectura por una Cruz de Malta de luz verde o roja. Ellas como todo el comercio y los servicios son parte de un todo, una arquitectura como la que aquí se podría apreciar, si no estuviera tan sucia, en calle Maturana (Barrio Concha y Toro), por ejemplo. Y bueno, es eso lo que me recuerda a mi infancia en Temuco, el Temuco anterior a la era del arrase, la destrucción y la imposición.
El haber ingresado a una ferretería en Málaga, tan pequeña y tan surtida, con su dependiente tan amable y servicial, con ese despelote de artilugios puestos como sea y por todos lados y nuevamente el mesón- vitrina de madera y vidrio, me llevó quizás a despejar el lugar de mis recuerdos mejor atesorados: la infancia. Y el valor "social" que tenían la ferretería y la farmacia a pesar de lo poco estilosas que pudieran ser a los ojos de un modernista empedernido, les dio valor a esos recuerdos, les dio sentido, porque todo lo que vi en esas ciudades del sur de España tenía cierta relación con lo que viví los primeros años de mi vida en el sur de Chile.
Puede sonar muy rebuscado, pero es real, allá el tiempo y el progreso han pasado sumando tecnología y por ende, calidad de vida, pero no arrasando el patrimonio histórico- cultural, lo que desde mi punto de vista, es enormemente rescatable, valioso y atesorable, porque somos lo que hemos vivido y ninguna imagen del recuerdo es tan viva como nuestra historia en el mundo artificial real y presente.
La cohesión entre avances tecnológicos y la valoración de nuestra historia, que presencié en ciudades como Granada y Málaga e incluso Barcelona, es lo que no tiene precio y lo que se quedó presente por sobre todas las cosas y me lleva una y otra vez a revivir el viaje.