10/21/2015

Que difícil es decodificar lo que sentimos

Nunca supe decir lo que siento, algo siempre gatilló que escondiera mis sentimientos como si se tratara de algo incómodo e inadecuado. Es más, siempre viví mis sentimientos como algo agobiante, que se quería desbordar y tomar el control y yo debía permanecer controlada así que era una lucha entre nos.
Nunca supe expresar en palabras mis sentimientos y si lo hacía me parecían irreales, la cosa es que en cambio, siempre los supe escribir, era cosa de tener frente a mí una hoja de papel o una pantalla y el hacer pinza con mi mamo en un lápiz o sentir las teclas en mis dígitos, ya sea en la soledad de mi habitación o el tumulto de una sala de correo, hacía a las palabras atropellarse y los sentimientos  decodificarse y entusiasmados ir haciendo fila sobre la superficie a intervenir, como agua que sigue su curso sin problemas.
Con la madurez (supongo) entendí que el papel (o la pantalla) y el lápiz (o el teclado) no tenían ningún efecto sino que sólo me daban la oportunidad de posteriormente leer lo que siento y entenderme. Hasta sentí que me había hecho fanática de mis propias reflexiones y de mis melodramas jamás comprendidos. Me di cuenta de que la escritura era sólo un canal para mi propio estudio y vanidad, que si no paraba de escribir todo lo que sentía me iba a volver loca porque no era necesario analizar tanto los sentimientos, ni tener tantos sentimientos todo el tiempo. Enmudecí (de escribir) y dejé de escribir incluso este blog y empecé a vivir un poco más mis sentimientos a tratar con más palabras afectivas a los demás a obligarme a dar abrazos y después analizar si era realmente lo que quería. Empecé a "leer" un poco más al otro y decirle lo que suponía que quería oír y eso me resultó grato. Quizá ni lo notaron.
Mi descubrimiento se dió un día cualquiera en que iba apurada a buscar a mi hijo mayor al colegio y pensaba en los supuestos sentimientos de alguien más y armaba en mi mente una historia imaginaria tan convincente que me hizo sentir una desesperación tremenda por no tener en que anotarla, entonces entendí que los sentimientos de la historia eran los mismos míos por ir atrasada y que estaba recreándolos en un personaje ficticio que moriría si no encontraba una superficie donde darle vida. De vuelta en casa terminé de comprender, no es que no pueda decodificar lo que siento, es que el "otro" me hace interferencia, me estresa y hasta en la situación más "relajada" estoy en actitud de huida y así, nadie puede ordenar su mente.
Hoy me encontré con una escena de las que nunca quisiera presenciar. Llevaba a mi hija menor a terapia fonoaudiológica y al llegar un hombre desconocido me saludo y me dijo: Amelia no la puede atender hoy porque ha sufrido la pérdida de un ser querido, pero dice que si quiere la espere hasta las 15 horas porque necesita tiempo para reponerse.
Hasta ahí pensé que no estaba y simplemente me daba lata esperar. Y dije, no, prefiero volver otro día. Entonces el hombre continuó. Si quiere la puede pasar a saludar. No lo pensé ni un segundo y dije sí e ingresé. Y ahí estaba, llorando desconsolada y de pronto todo el fantasma de mi dificultad como una cortina de lluvia se instaló entre la terapeuta y yo y hasta una estúpida sonrisa me salió. Por suerte la abrace con fuerza y la pude contener un tiempo porque de verdad que no pude decir nada. Ahora sé que: sentía su dolor, me lo traspasaba al abrazarnos, pero jamás habría logrado darme cuenta de que era eso lo que necesitaba decir.
Y mi hija en su mundo, de ella si que nunca tendremos noticia sobre lo que pensó o sintió porque jamás se preguntó siquiera porque nos regresábamos.

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